¿Hay vida en el Ciberespacio?  
 

¿Somos los únicos habitantes del universo? La ciencia, la imaginación y las diversas creencias han abonado un territorio de posiciones encontradas al respecto: si hay algo o alguien más como nosotros en algún planeta, si estamos solos o si lo que existe es... bien diferente.
Ficciones o... ¿realidades? 
Más allá de lo que cada uno sepa, crea o quiera creer respecto a la vida cósmica, también respecto a las pantallas que ya nos acompañan día y noche,  podría formularse una pregunta similar: dado que millones y millones de personas las usan para comunicarse entre sí, para buscar o publicar información, para hacer trámites, para comprar, vender... lo que ocurre en el espacio desplegado entre todos estos dispositivo… ¿puede considerarse “vida” tal y como la concebimos desde siempre?

Algunos dirán enfáticamente que sí, que claro, que en Internet o a través de nuestros teléfonos que cada vez se parecen menos a los teléfonos, se viven las mismas experiencias de siempre. O, incluso, que algunas son mejores, más ricas por la diversidad de personas, de mensajes, de informaciones, etc.
Otros dirán que no, que de ninguna manera puede compararse la vida “real” con la que se vive a través de los dispositivos tecnológicos, y que la intervención de las pantallas modifica todo.
Para mal.
Nada como -dirán, por ejemplo- mirarse a los ojos y abrazarse.
Las computadoras no pueden reemplazar esas sensaciones.  Dentro de este grupo, habrá algunos que acepten que puede hablarse de una vida diferente a la “real”, la que gustan llamar vida virtual,
Pierre Levy, en su libro ¿Qué es lo virtual? explica que lo virtual es un estado de existencia anterior al real, un estado que puede o no perfeccionarse y, de ese modo, convertirse en real. Y ofrece un lindo ejemplo para explicarlo: dice que cada semilla es virtualmente un vegetal, digamos... un árbol. Como en otros casos, esa virtualidad puede o no “realizarse”, dependiendo de factores que son ajenos a la semilla. Por ejemplo, las características de la tierra en la que germina, el clima, el riego, etc. Si se combinan adecuadamente todos estos factores, pasado un tiempo nos encontraremos con - el árbol que vivía virtualmente en la semilla.
Cabría preguntarse, entonces, ¿Cuáles serían las condiciones para que esa vida virtual, la que se vive detrás de las pantallas, se convierta en real? 
Podríamos considerar como primera condición  el grado de realidad con que cada persona perciba lo que vive allí. O sea, cuán reales perciba que son los mensajes de amor o de odio, las agresiones o los pedidos de ayuda que recibe o envía.
¿Cuán real? Sí, cuando vamos al cine o al teatro, más allá de lo que “creamos” mientras dure la función, hay un punto en el que reconocemos que lo visto no es más que una ficción  y, a las peores, las olvidamos.
¿Cómo percibimos lo que nos ocurre en la Red? ¿Cómo son nuestros sentimientos y reacciones? ¿Percibimos como reales o ficcionales las alegrías, tristezas, esperanzas y sufrimientos que nos provoca la interacción con otros a través de las pantallas?

Otra elemento a considerar es lo que ocurra en esa vida. Y cómo ocurre. En la sociedad no digitalizada, fuera de Internet y los teléfonos celulares, desde siempre han existido diferencias en el poder que tienen las distintas personas. Y este hecho determina que algunos establezcan las reglas y, otros, las obedezcan; que algunos ganen dinero, fama o más poder y, otros, se empobrezcan, sean ignorados y queden a expensas de la voluntad de los primeros.
Y esto también ocurre en el mundo digital. Las mismas pantallas  -tanto los aparatos como lo que allí aparece- son diseñadas y producidas por algunos pocos, mientras que la inmensa mayoría las compra, las usa  y las incorpora  a su vida cotidiana.
Y el diseño de estos dispositivos no es casual ni arbitrario: en general, está sustentado en los intereses de quienes financian estos desarrollos.
“Para muestra basta un botón”, dice la sabiduría popular. Pensemos entonces en las diversas formas de publicidad que aparecen cada vez que con nuestras pantallas leemos diarios, navegamos, consultamos el correo, jugamos en red o nos conectamos por las redes sociales. Sí, tal como ocurre desde siempre, hay quienes quieren vendernos su mercadería y gastan en la publicidad que vemos y reconocemos. También hay otros que ubican sus avisos o sus logos menos expresamente: mezclados con la información o disimulados en dibujos, figuras o detrás de la trama de alguno de los juegos preferidos por niños y adolescentes.

Mientras tanto, pensemos: no pagamos dinero para usar una gran cantidad de programas financiados por personas y empresas que, sin embargo, son muy ricas y poderosas. ¿Cómo construyen su riqueza y su poder si nosotros no les pagamos?

Asimismo, los amores y las violencias que se expresan entre pantallas muchas veces tienen aun más virulencia que los que fluyen por otros medios
Desde las pantallas también accedemos a más información que la que pudieron acceder cualquiera de nuestros ancestros. Pero....¿de quién es toda esa información? ¿de nadie? ¿de todos? ¿pagamos o deberíamos pagar para verla? ¿Tendríamos que pagar si quisiéramos usarla?
Luego, cuando buscamos alguna información, ¿qué encontramos fácilmente y qué no?
Casi para terminar, un tema no menor: ¿qué derechos y obligaciones tenemos en Internet? ¿los mismos que fuera de la Red? Estos, los que existían antes que las pantallas, ¿son aplicables? ¿Quién define estas cuestiones?

Pero no todo es conflicto. Por el contrario, también hay nuevas posibilidades. Nunca fue tan fácil contactar a personas y asociarse para producir arte, conocimiento o reivindicar o luchar por los más diversos motivos. Y, de hecho, hay muchas personas y grupos que lo hacen desde hace tiempo. ¿Algunos ejemplos? Change.org; Idea.me; Pillku.com; Redpanal.org, o el más difundido Greenpace.org.

Y bien: por todo lo dicho, claro que hay vida en Internet. ¿Es como la que se vive fuera de la Red? ¿Mejor? ¿Peor? Esta discusión teórica poco importa en la realidad. Algunos la viven más acotadamente y otros, los  menos, aprovechan lo que allí se ofrece. Algunos disfrutan, se alegran, se sienten acompañados, se entusiasman, se enamoran… otros, todo lo contrario.
Nuestros niños y jóvenes viven también allí y, según diversas investigaciones, en general, no hablan de esas vivencias con sus mayores. Sólo lo hacen con sus pares, con sus compañeros y amigos.
Por ello, sería muy bueno que la familia y la escuela abran las puertas e “inviten a entrar” a estos relatos que andan circulando por allí. Así, además de conocer lo que les pasa a los chicos, además de interrogarse y comprenderse mutuamente,  podrían sumarse la experiencia y los saberes de sus mayores para promover el análisis de lo que viven y hacen. Y, ¿por qué no? de aquellas oportunidades que no conocen. O sea, de todo lo que sus amigos o las mismas pantallas no enseñan. De esta manera, podrían enriquecer las vivencias que  experimentan inevitablemente solos frente a las pantallas.
Por todo lo anterior, la producción de ficciones y la reflexión que promueve este concurso podrían ser un buen punto de partida para diálogos acerca de la vida que nos toca vivir. Nada menos.

Estas preguntas, que continúan las reflexiones que la nota anterior, motivaron la escritura del artículo que puede encontrarse en:
 http://www.diarioelnorte.com.ar/nota55319_-hay-vida-en-el-ciberespacio-concurso-impulsado-por-el-norte-y-la-facultad-regional.html

La publicación de este texto –una versión de lo que sigue-, además,  está enmarcada en la promoción del Concurso “Relatos de vida en el ciberespacio”  (http://www.diarioelnorte.com.ar/nota54546_relatos-de-vida-en-el-ciberespacio---.html)